16.2.20

ALVAR AALTO Y UNAS CASTAÑUELAS



José Antonio Coderch de Sentmenat era un arquitecto de una obra profundamente pensada. No tiene muchos textos sobre arquitectura, y casi ningún comentario sobre su propia obra.

Por este motivo, entre otros, pienso que tienen valor sus escritos. Aquí reproduzco uno que, al hilo de una anécdota, ilustra su visión de la profesión y de la arquitectura.
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                                                                  ALVAR AALTO


ALVAR AALTO y UNAS CASTAÑUELAS.

En muchas ocasiones me han preocupado los problemas que plantea el ejercicio de nuestra profesión en el mundo que vivimos. Debo decir que muy a menudo la contemplación de las obras de los arquitectos finlandeses me ha servido de consuelo y de esperanza. La arquitectura finlandesa me produce siempre una gran admiración, tanto por las realizaciones particulares de sus arquitectos más destacados y conocidos, como por la obra conjunta de todos ellos. Y quizá sea esto último, tan meritorio y tan difícil de conseguir, lo más importante, porque revela la existencia en este país de un gran número de arquitectos que respetan los valores esenciales del hombre y del mundo que nos rodea. Saber tener en cuenta estos valores es ya, por de pronto, adoptar la única postura correcta -ética más que estética- en el ejercicio de nuestra profesión.

Cuanto digo en este breve escrito es algo que suelo repetir con frecuencia a quienes me quieren escuchar. Mis  alumnos de la Escuela de Arquitectura de Barcelona lo saben bien. En ciertos países, como España e Italia por ejemplo, existen muy buenos arquitectos, pero la media profesional es, en cambio, muy baja. En este sentido, el contraste con Finlandia es muy acusado. Se trata de un hecho que siempre me ha llamado la atención, y quisiera saber por qué ocurre así y cuáles son las causas a que obedece.

Un compañero suele decir a los jóvenes que las funciones de una sola variable únicamente existen en los libros de matemáticas. En la vida humana todas las funciones tienen incontables variables, y una de las causas de la angustia de nuestra juventud estriba en su inconsciente manía de simplificación. Esta juventud no acude en demanda de consejo a los sabios en primer lugar porque casi no existen, aunque otra cosa parezca, pues los sabios de hoy día no son sabios, sino científicos, técnicos de la cultura o especialistas. Un pensador español, Ortega y Gasset, escribió hace tiempo que por culpa del actual especialismo no compensado resulta que "cuando hay mayor número de hombres de ciencia que nunca, haya muchos menos hombres cultos que, por ejemplo, en 1750". Creo que los verdaderos sabios habría que ir a buscarlos entre el pueblo, donde todavía existe ese respeto a los valores esenciales del hombre a que antes me refería.

No recuerdo quién me hablaba de que la cultura actual es casi siempre una cultura de confección.
Pienso dedicar a Finlandia unas largas vacaciones en cuanto me sea posible, y no sólo para ver las obras de sus arquitectos, sino porque creo que el pueblo finlandés tiene como muy pocos ese don de la humana sabiduría. En esto, en que su saber y su cultura no son de “confección”, sino adaptados seria y noblemente a la vida, acaso resida el secreto de las buenas obras de arquitectura que allí florecen.

Nunca olvidaré la impresión que me produjo la primera conferencia que Alvar Aalto dio en Barcelona. Sus palabras fueron la negación de la pedantería y del dogmatismo. Eran como un canto sereno y profundo a la verdadero conocimiento humano, a la decencia y al sentido común.

A este propósito quisiera contarles a ustedes una anécdota muy significativa. Estando Alvar Aalto en Madrid, manifestó el deseo de hacer algunas compras, y un compañero mío se ofreció a acompañarlo. Como el tráfico era muy intenso y resultaba prácticamente imposible encontrar aparcamiento, dicho compañero dejó solo a Aalto en una tienda, y después de dar varias vueltas lo recogió otra vez. Aalto mostraba gran satisfacción por una compra que había hecho y que mostró orgulloso a su acompañante: se trataba de unas magnificas castañuelas. Mi compañero le preguntó cuánto le habían costado, y al decirle Aalto el precio aquél montó en cólera y volvió inmediatamente a la tienda. Allí protestó pero el dueño le dijo que el precio era justo; que él le había mostrado primero castañuelas baratas, para turistas, después otras mejores, y que, finalmente, Aalto se había llevado las mejores castañuelas que tenía en la tiendas ¡unas magníficas castañuelas de concierto! Ni que decir tiene que Aalto no era, ni creo que lo sea ahora, un entendido en castañuelas.

Me parece que esto tiene mucho que ver con las virtudes de ustedes y del pueblo finlandés. También, con el 75 aniversario de la Asociación de Arquitectos Finlandeses. Sospecho que cualquier ciudadano de ese noble y querido país, puesto a elegir castañuelas en su viaje por España, se decidiría, como Alvar Aalto, por unas castañuelas de verdad.
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J. A. Coderch de Sentmenat