José Antonio Coderch de Sentmenat era un arquitecto de una obra profundamente pensada. No tiene muchos textos sobre arquitectura, y casi ningún comentario sobre su propia obra.
Por este motivo, entre otros, pienso que tienen valor sus escritos. Aquí reproduzco uno que, al hilo de una anécdota, ilustra su visión de la profesión y de la arquitectura.
_______________
ALVAR AALTO
ALVAR AALTO y UNAS
CASTAÑUELAS.
En muchas
ocasiones me han preocupado los problemas que plantea el ejercicio de nuestra
profesión en el mundo que vivimos. Debo decir que muy a menudo la contemplación
de las obras de los arquitectos finlandeses me ha servido de consuelo y de
esperanza. La arquitectura finlandesa me produce siempre una gran admiración,
tanto por las realizaciones particulares de sus arquitectos más destacados y
conocidos, como por la obra conjunta de todos ellos. Y quizá sea esto último,
tan meritorio y tan difícil de conseguir, lo más importante, porque revela la
existencia en este país de un gran número de arquitectos que respetan los
valores esenciales del hombre y del mundo que nos rodea. Saber tener en cuenta
estos valores es ya, por de pronto, adoptar la única postura correcta -ética
más que estética- en el ejercicio de nuestra profesión.
Cuanto digo en
este breve escrito es algo que suelo repetir con frecuencia a quienes me
quieren escuchar. Mis alumnos de la
Escuela de Arquitectura de Barcelona lo saben bien. En ciertos países, como
España e Italia por ejemplo, existen muy buenos arquitectos, pero la media
profesional es, en cambio, muy baja. En este sentido, el contraste con
Finlandia es muy acusado. Se trata de un hecho que siempre me ha llamado la
atención, y quisiera saber por qué ocurre así y cuáles son las causas a que
obedece.
Un compañero suele decir a los jóvenes que las funciones
de una sola variable únicamente existen en los libros de matemáticas. En la
vida humana todas las funciones tienen incontables variables, y una de las
causas de la angustia de nuestra juventud estriba en su inconsciente manía de
simplificación. Esta juventud no acude en demanda de consejo a los sabios en
primer lugar porque casi no existen, aunque otra cosa parezca, pues los
sabios de hoy día no son sabios, sino científicos, técnicos de la cultura o
especialistas. Un pensador español, Ortega y Gasset, escribió hace tiempo que
por culpa del actual especialismo no compensado resulta que "cuando
hay mayor número de hombres de ciencia que nunca, haya muchos menos hombres cultos
que, por ejemplo, en 1750". Creo que los verdaderos sabios habría que ir a
buscarlos entre el pueblo, donde todavía existe ese respeto a los valores
esenciales del hombre a que antes me refería.
No recuerdo quién me hablaba de que la cultura actual es
casi siempre una cultura de confección.
Pienso dedicar a Finlandia unas largas vacaciones en
cuanto me sea posible, y no sólo para ver las obras de sus arquitectos, sino
porque creo que el pueblo finlandés tiene como muy pocos ese don de la humana
sabiduría. En esto, en que su saber y su cultura no son de “confección”, sino
adaptados seria y noblemente a la vida, acaso resida el secreto de las buenas
obras de arquitectura que allí florecen.
Nunca olvidaré la impresión que me produjo la primera
conferencia que Alvar Aalto dio en Barcelona. Sus palabras fueron la negación
de la pedantería y del dogmatismo. Eran como un canto sereno y profundo a la
verdadero conocimiento humano, a la decencia y al sentido común.
A este propósito quisiera contarles a ustedes una
anécdota muy significativa. Estando Alvar Aalto en Madrid, manifestó el deseo de
hacer algunas compras, y un compañero mío se ofreció a acompañarlo. Como el
tráfico era muy intenso y resultaba prácticamente imposible encontrar
aparcamiento, dicho compañero dejó solo a Aalto en una tienda, y después de dar
varias vueltas lo recogió otra vez. Aalto mostraba gran satisfacción por una
compra que había hecho y que mostró orgulloso a su acompañante: se trataba de
unas magnificas castañuelas. Mi compañero le preguntó cuánto le habían costado,
y al decirle Aalto el precio aquél montó en cólera y volvió inmediatamente a la
tienda. Allí protestó pero el dueño le dijo que el precio era justo; que él le había
mostrado primero castañuelas baratas, para turistas, después otras mejores, y
que, finalmente, Aalto se había llevado las mejores castañuelas que tenía en la tiendas ¡unas magníficas
castañuelas de concierto! Ni que decir tiene que Aalto no era, ni creo que lo
sea ahora, un entendido en castañuelas.
Me parece que esto tiene mucho que ver con las virtudes
de ustedes y del pueblo finlandés. También, con el 75 aniversario de la Asociación
de Arquitectos Finlandeses. Sospecho que cualquier ciudadano de ese noble y querido
país, puesto a elegir castañuelas en su viaje por España, se decidiría, como
Alvar Aalto, por unas castañuelas de verdad.
28 - 5 – 67
J. A. Coderch de Sentmenat
No hay comentarios:
Publicar un comentario